Los medios remarcan, cada tanto, los
problemas de salubridad a los que se tiene que enfrentar
el hospital. Sin embargo, son inimaginables las condiciones en las que viven
los internos, no es necesaria una investigación muy profunda para encontrarse
con la realidad a la que están condenados.
Cuando retomamos el pasillo central, el que está a la izquierda de la
recepción, el que va al corazón del hospital, observamos que el número de
puertas y personas aumentaba, también el lujo desaparecía. Aquella música que manipulaba los sentimientos
seguía sonando.
Al llegar al final del pasillo, el escenario ya no es el mismo. El espacio se
reduce, hay un olor nauseabundo instalado: las escaleras están llenas de
pis y vidrios rotos. Las puertas ya no son de madera sino de un material
impenetrable, todas tienen ventanas, pero también tienen rejas y vidrios
gruesos. Los pasillos están deshabitados y, cada tanto, hay un guardia que
indica el camino. Entre tantos pasadizos y puertas, algunas llevan hacia los
pulmones del hospital que tienen acceso directo al patio central.
Ahí se pueden ver las diferentes instituciones que
funcionan: la unidad 20 del Servicio Penitenciario Federal, el Centro Cultural,
talleres, una escuela, el Frente de Artistas del Borda. La mayoría de las
paredes están pintadas con mensajes significativos: "La locura ante
todo", "Pabellón 22", "La locura se amasa",
“Esperanza”, "No a la nueva ley".
Sobre la calle Dr. Arturo Ameghino hay algunos internos caminando. Mientras
buscábamos el FAB, uno de ellos se nos acerca:
- ¿Necesitan ayudan? ¿Buscan
algo?
- Estamos buscando dónde se
dictan los talleres ¿Sabes dónde es?
- Sí, es allá. Síganme, ¿quieren
que las lleve? Síganme. Pero si no quieren, no eh. Yo voy ahí. Esta el Doctor
ahí. Es al final del camino, yo voy ahí ¿Las llevo? No las quise asustar,
perdón.
- No, no nos asustaste. Llevanos
Entre todas las charlas que tuvimos ese día, los profesionales y los pacientes
nos hicieron entender que lo último que se puede encontrar en el hospital es
cordura:
- No las quise asustar, perdón.
Yo las llevo. Me llamo Adrián ¿Y ustedes? ¿Cómo están?
- No, no nos asustaste ¿A dónde
vamos? Bien, ¿vos?
- Al Centro Cultural.
- ¿Ahí se dan todos los talleres?
- Todos no, pero hay fotografía,
teatro, de todo.
- ¿Y vos haces alguno?
- No, yo hago otras cosas. Cursé
toda la carrera de ingeniero agrónomo y ahora estoy terminando las que me
faltan porque tengo 19 aprobadas en agronomía. ¿Ven estos árboles y plantas que
hay por acá? Yo les dije que los planten. Encima estudio en la Universidad de
La Plata y tengo mucho tiempo de viaje. Ayer fui a la biblioteca. ¿Fueron a La
Plata? Es una ciudad re linda.
- Si, conocemos.
- ¿Estuvieron en la biblioteca?
- No, no estuvimos.
- Quedó re linda la biblioteca,
¿no la vieron? Este libro lo saque de ahí.
Teníamos una mezcla de sentimientos: estábamos en un lugar desconocido,
siguiendo a una persona que no conocíamos, a un interno más. Íbamos pasando los
pabellones, en su mayoría cerrados, nos encontrábamos en medio de un terreno
que parecía no tener fin.
Adrián
hablaba con un tono más alto del normal, todo el tiempo hablaba del doctor
encargado del Centro Cultural: “El doctor es bueno, él las va a ayudar”. Al
llegar al final del camino, una casa diferente a las demás: rodeada de flores y
bancos como si fuera una plaza, llena de carteles, dibujos y muchos
colores. Como cada puerta del hospital, tenia rejas, pero a diferencia de las
demás no trasmitía esa sensación de encierro y tristeza. A su lado, un cartel:
“Gracias por latir al mismo ritmo”.
La
humedad y los años se notaban en aquella puerta pintada de verde que daba hacia
un mundo diferente del hospital. Apenas entramos, el frío se apoderó de
nosotras. Atrás de todos esos dibujos pegados en la pared se notaban los años
del pabellón.
- Hola, Jorgito ¿Hay alguien?
Pasen chicas, pasen. Acá está el teatro y bajando la escalera está el
cine, arriba el baño… y acá… ¡Miren, esto lo pinte yo!
- ¿No hay relación con el Frente
de Artistas?
- No, son cosas distintas. Este
es superior al otro.
- ¿Por qué? ¿El Centro tiene más
años?
- Viene más gente. A veces
organizan bailes, qué sé yo. Miren las pinturas que hay acá, pasen, pasen.
Adrián
termina su recorrido en el salón donde estaba el doctor, le cuenta que queremos
hablar con él, nos saluda a cada una con gran afectuosidad y se va.
Ese
salón es el único que tiene calefacción en todo el pabellón, parece más un
taller de carpintería que otra cosa. Hay varios armarios, dos mesas largas con
muchas sillas alrededor y al final de la primera mesa está el psiquiatra Daniel
Camarero, coordinador del Centro Cultural.
Camarero nos hace un recorrido
histórico del Centro Cultural: “Fue uno de los primeros que se fundó junto con
el hospital, en sus comienzos se daba la cátedra de autopsias”. El doctor nos
señala como una especie de balcones, mucho más angostos, que están en lo más
alto de la habitación. “Justo aquí los estudiantes tenían la cátedra y los
profesores se ponían ahí, en el medio”, señalando el centro de la sala. “Como
está al fondo del hospital pasó a ser una lavandería, luego un depósito hasta
quedar totalmente abandonado”.
“Ahora alberga a artistas,
voluntarios, pacientes. Todos los días hay talleres, son espontáneos, aunque en
invierno se resiente mucho la actividad”.
“El Centro es una confluencia de varias disciplinas: pintura, plástica, teatro,
poesía, soldadura, carpintería y hacen todo tipo de artesanías; todo tipo
de expresión artística. No están solos, por lo general vienen algunos
voluntarios. Los pacientes vienen en forma voluntaria, nadie los obliga a nada,
ellos se van acercando por el boca a boca. Les tratamos de dar un espacio
libre, algo distinto y no estructurado, como todo en el hospital. Todas las
personas tienen una expresión artística, con agarrar un papel y hacer un
dibujo. Es lo que se llama el arte bruto, el arte marginal”.
Mientras nosotras escuchábamos e intentábamos entender cómo se podía recluir
“mucha gente” en cada taller si eran voluntarios y espontáneos, apareció
Jorgito. Agarró un martillo y empezó a clavar algo en una puerta, el ruido que
hacía era ensordecedor. Camarero seguía con su explicación pero a los gritos. A
los cinco minutos, Jorgito, resignado, dejó el martillo y se fue.
Cuando nuestra charla retomaba la tranquilidad, entró un hombre mayor pero
pequeño, tenía un saco azul y de él sacaba, compulsivamente, sus
cigarrillos. Se sentó en la punta de la mesa, entre el doctor y nosotras:
“Muy bien, doctor, lo felicito”. Intentaba sacar desesperadamente otro
cigarrillo, movía muy rápido las manos, fumaba sin parar y sin parpadear.
Camarero lo miró por unos segundos y continuó: “Como decía, no hay horarios.
Los pacientes ya tienen su tratamiento con horarios estrictos, esto es un complemento
para pasar el tiempo…” y, antes de que terminara, el hombre del saco azul
interrumpió al doctor:
– ¿Ustedes toman jugo de
frutilla? El jugo de frutilla se compra en la verdulería y lo toman, ¿no?
- ¿Ven? El centro ayuda a
pacientes como a él. Entran con total comodidad y libertad, no importa los
síntomas que tengan. Es complicado porque a los pacientes se los restringe, así
que no se sienten cómodos en cualquier lado.
- Yo tengo 150 años, ¿ustedes?
¿Sabían que yo soy médico recibido? (Nosotras, desconcertadas miramos al
doctor, quien movió la cabeza afirmando lo dicho). Me recibí a los 27 años y
tengo dos títulos secundarios, ¡Dos!” Se levantó y se fue.
El doctor ya había respondido a todas nuestras preguntas y nos invitó a
recorrer el Centro Cultural. Antes de que nos dejara solas le preguntamos si
hacían cosas junto con el Frente de Artistas del Borda: “El Frente es otra
cosa. No tengo idea qué hacen y sólo me interesa hablar del Centro Cultural”.